LA CUARENTENA NO PUEDE SER LA ÚNICA ESTRATEGIA PARA ENFRENTAR LA PANDEMIA

Latinoamérica Notas de Opinión

Por Adolfo Rocha
En Argentina llevamos más de 100 días de “cuarentena”, lo que en otros países se llama “encierro” o “confinamiento”, con distintos niveles de rigidez, tanto en las disposiciones de las autoridades como en el cumplimiento de la población de las mismas.
Quiero aclarar un primer punto de discusión: resulta evidente que la caída económica brutal se está dando tanto en países cuyos presidentes decidieron negarse a medidas sanitarias básicas como la cuarentena o el uso del barbijo – Trump en USA, Bolsonaro en Brasil- como en países que sí lo hicieron. La diferencia está en la cantidad de muertos cada 100.000 habitantes: muy superior en los países que no tomaron esas medidas de profilaxis.
Ahora, es caso Argentino es específico. Los efectos económicos devastadores de la pandemia se suman al fracaso económico de la gestión Cambiemos: más de 200% de inflación en 4 años, caída de la actividad económica en 3 de sus 4 años de gobierno, una deuda externa que equivale a la mitad de nuestro PBI, un tercio de la misma contraída con el FMI – el préstamo más importante que ese organismo otorgó en su historia-.
Se estima una caída en el PBI del 10% para este año, un 40% de pobres y al menos el 10% de desocupación.
Desde el punto de vista interno, está claro el agotamiento psicológico y económico de buena parte de la población, particularmente de los sectores bajos y medios bajos. Por otro lado, el 3% del PBI que el Estado destinó a la asistencia social está demostrando no alcanzar, ya que al 17 de julio llegaremos a los 4 meses de cuarentena.
Por otro lado, los pocos datos científicos fidedignos disponibles indican que deberemos acostumbrarnos por un período de, al menos, un año, a convivir con el virus, ya que ese es el mínimo tiempo que se necesita para desarrollar una vacuna confiable y accesible.
Por ende, es momento de discutir cómo hemos de construir una “nueva normalidad”, expresión poco simpática, pero que refleja el período de transición que pasará, no sólo nuestro país, sino el mundo.
En la incertidumbre, sí podemos tener algunas certezas. La primera es que el mundo, y la Argentina, no pueden seguir funcionando con semejantes niveles de inequidad social. La pandemia dejó al descubierto los profundos déficit en el sistema de salud pública, transporte y educación, así como los millones de argentinos y argentinas que no acceden al disfrute de bienes materiales y simbólicos básicos de una vida civilizada.
Argentina, un país donde los ricos pagan muy bajo porcentaje de impuestos sobre su presupuesto, y además, evaden impunemente fugando capitales a paraísos fiscales. Argentina, un país donde los sectores del poder económico concentrado critican al Estado mientras usufructúan de sus prebendas (Vicentín como caso modélico de colución- corrupción público- privada).
Argentina, un país donde el funcionamiento del sistema político es poco transparente – por decir lo menos- y los grandes medios no hacen periodismo, sino lobby corporativo.
Urge discutir proyectos alternativos cuyo centro sea la recuperación del control soberano y democrático de nuestra política exterior y nuestra economía, con ejes en la sustentabilidad social, ecológica y la equidad de género.
Y digo proyectos, porque en las sociedades democráticas se discuten ideas, al menos en lo que suele llamarse el campo popular. El pensamiento único es patrimonio de la derecha neofascista _ neoliberal y neofascista-.
Y urge, en la práctica, al oficialismo, que cumpla aquellas promesas por las que fue votado.
En lo coyuntural, un impuesto de emergencia a las grandes fortunas y la expropiación de Vicentín. Serían dos buenas señales de que se intenta un rumbo distinto.
Y una respuesta contundente a quienes desde su discurso dicen defender la libertad y la república, pero en la práctica se preocupan mucho de demoler la democracia, su práctica y sus instituciones.

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